10 de julio de 2013

Explosión cerebral


Nadando en una pileta llena de mar...
Es algo complicado de explicar. Mentalmente se imagina con una baranda, un borde de cemento, agua cristalina y calma; a esto se sumaría el hecho de que está llena de agua de mar.
Pero no.
En cambio, estaba allí dentro, no había ninguna baranda, ningún borde de cemento. El agua era turbia y salada. Había fuertes olas rompiendo contra mi, haciendo remolinos, empujándome, golpeándome y ahogándome.
Pero no era el mar en sí, me sentía segura, sentía que había un límite.
Intentaba salir para respirar aire; mis pulmones gritaban desesperados, sentía como se retorcían sin oxígeno, como si se volvieran cada vez más pequeños. Podía verme por fuera, saliendo de las olas, con la mirada perdida por no poder ver ni el comienzo ni el fin de esa pileta... pero lo sentía.
Mis intuiciones me acompañaron esta vez, pero en vano; era algo imposible de explicar. Y mi mente estaba en otro plano.
Exhausta por luchar en vano, me deje llevar por la corriente. Respiré profundo, llené mis pulmones de esa agua salada, mezclada con granos de arena, batida por el choque; impregné mis pulmones con humedad. Ya no importaba nada. Comencé a respirar cada vez más y más, el momento se volvía exasperantemente difícil. Luego, la costumbre. 
Las aguas calmaron.
Salí a la superficie, llegué a un borde, pero no era un borde; era algo más, la pileta continuaba pero me paré en mi lugar (ni siquiera caminaba sobre el agua). Ya no formaba parte de ese caos, ya volvía a ser yo, sin nada más, única.
El aire fresco era aterrador, ahora me sentía ahogada en aire. Desesperación.
Corrí para vivir, me encontraba sofocada, abrumada por tanta realidad de repente. Encontré mi bolso, podía ver mis manos mojadas, empapadas de algo que no sabía que era (no era agua, esas moléculas habían sido alteradas por algo más y ya no eran dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno. No).
Revuelvo: encuentro un paquete de cigarrillos. 
Tomo uno con mi mano húmeda; misteriosamente, el cigarro quedó intacto, seco como el clima de un desierto. Lo prendo, respiro... Ah, la satisfacción. Saciar la necesidad básica de respirar algo, para sentirme viva nuevamente. El agua de mi pileta, ahora compactada en humo.
Uno, dos, tres. Agrandar los pulmones para que ese aire gris, con su característico aroma, entrara en mi ser; podía sentir el recorrido como si fuera un viaje por mi interior.
No se cuantos cigarros fumé en ese momento, pero no podía parar. Estaba atosigada, cansada ya de tanto sinsentido. ¿Qué me estaba sucediendo?


Despertar fue un colapso, no hay peor cosa que sentir que tu aire no es tuyo
como si estuvieras en otra atmósfera, 
como si no hubiera oxígeno en realidad
como si miles de hombrecitos te taladraran los pulmones con máquinas y hachas
me destrozaban por dentro.
Las ganas de fumar tuvieron su efecto correlativo:
dolor de cabeza.

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